LABERINTOS, un viaje de 12 años.
Uno de los proyectos más sólidos y duraderos en el tiempo surgido desde dentro del IES Élaios ha sido la revista cultural LABERINTOS. Con sus 25 números publicados a lo largo de 12 años de trayectoria se ha definido como un ejemplo de colaboración entre miembros de los diferentes colectivos de la comunidad educativa del Élaios y las instituciones culturales del entorno: Universidad de Zaragoza, librerías especializadas, asociaciones culturales, investigadores, escritores profesionales, artistas… Bajo la misión de profundizar, descubrir y disfrutar del saber y la cultura ha ido mucho más allá de la dimensión académica y curricular propia de un Instituto de enseñanza. LABERINTOS ha gozado de un gran prestigio nacional por su calidad en los artículos y por su modelo de funcionamiento.
Recuerdo de LABERINTOS
En mayo de 2000 veía la luz el primer número de la revista LABERINTOS. Contó con un grupo inicial de profesores entusiastas que modelaron pronto el tono y el sentido de lo que habría de ser la revista. El éxito inicial nos sorprendió, pero a ello contribuyeron la financiación y la bendición de la Administración educativa.
Al principio cada nueva entrega se preparaba con un afán que nos hizo pronto especializarnos: quien buscaba imágenes de complemento y frases; quien intentaba una portada con la propuesta del artista que había diseñado la obra de arte; quien elaboraba el compacto con el que acompañamos los primeros catorce números. Entre todos decidíamos los títulos del dosier y los temas de los números siguientes, a veces tras vivas discusiones.
Las agendas echaban humo: pocas veces nos faltaron nombres que proponer para escribir de casi cualquier tema. Se puede repasar la lista: Goethe, las matemáticas, el Renacimiento, el fin del milenio, la música, las mujeres, el cine, la memoria, el miedo, la arquitectura, el agua, Einstein, la aventura, Mozart, la fotografía, lo barroco, los coches, la historia reciente de la ciudad, la narrativa judía, los celos, el paisaje, el exilio, los años sesenta, la guerra y el viaje. Algún número nos vino casi dado por entusiastas colaboradores, que eran amigos de más colaboradores y nos ponían en contacto con ellos. Para todos no hay sino un sincero agradecimiento: hemos conocido a personas de una amabilidad y calidad humana e intelectual verdaderamente espléndidas. Es una de las mayores herencias de LABERINTOS. A algunos los hemos estrujado hasta el límite de cuatro colaboraciones, auténticos sabios en las cosas más variadas, cine, filosofía, coches. Donde no llegaban ellos llegaban los miembros del consejo de redacción, siempre a punto para cubrir ese hueco que la planificación de cada número podía dejarnos en el aire.
La otra herencia es la de los alumnos que han escrito: artículos hechos con un ánimo sincero de cumplir con el reto que suponía el ofrecimiento. Ninguno lo consideró una responsabilidad excesiva o renunció a la empresa. Todos sintieron el desafío como una forma de alcanzar una excelencia que colaboraciones sucesivas corroboraron. No dejamos de sorprendernos con algunas generaciones, también exprimidas a lo largo de tres o de cuatro números, de una alta capacidad de lectura, reflexión, trabajo y síntesis o, incluso, sentido del humor. También esa parte resultó muy gratificante: buscar un tema y alguien que pudiese escribir sobre él llegó a constituir una especie de tablero de competencia entre los miembros del consejo de redacción, solo para beneficio de la calidad de los artículos fabricados por los alumnos.
Hubo, claro está, itinerarios ocultos: por ejemplo, dar cancha progresivamente a jóvenes talentos literarios locales, buscar al menos una colaboración estelar sacada casi siempre del ámbito universitario, conseguir una portada de un artista aparentemente fuera de nuestras posibilidades, ampliar la lista de profesores del Élaios que han escrito o, incluso, establecer la presencia perceptible de sagas familiares entre la nómina de colaboradores. También cosechamos fracasos, nunca sonoros: solo dejamos de publicar un artículo porque no merecía ese nombre; algunos sufrieron una operación de retoque estético para darles cuerpo; y muy pocas personas, no más de una docena, nos negaron la colaboración o se disculparon por no poder atender el compromiso previamente adquirido. Pero siempre recibimos generosidad.
No nos olvidamos de nuestros lectores, algunos de una fidelidad cercana al fanatismo, ávidos de cada entrega, despreocupados por el tema del dosier, tan solo pendientes de una lectura para la que no encontraban momento ni postura. El que muchos fuesen colaboradores pasados o futuros, amigos incluso, no evitaba que siempre dieran su opinión implacable, como un oráculo.
La madurez nos hizo atrevidos: empezamos a hacer presentaciones también fuera del instituto. En ese local al que acudían los amigos eternos se oyeron las palabras más emotivas para nuestra empresa, solo un peldaño por debajo de las más elogiosas, que con frecuencia se vertían en las presentaciones del instituto y en boca de representantes de la Administración.
Pero el ciclo natural se cobró sus víctimas: las jubilaciones empezaron a hacer mella en el consejo de redacción y llegó la hora de dejar un proyecto que había durado doce años, que logró una excelencia, un renombre y un estilo de concepto y de diseño que quizá merezcan una referencia bibliográfica en las hemerotecas locales y un pequeño rincón en las estanterías del corazón.
EL CONSEJO DE REDACCIÓN