DÉJARLO TODO E IRSE Por María Marzo

      Mentiría si dijese que explicar cómo ha cambiado mi vida en el último año es fácil. Como cuando intentas explicarle a alguien algo muy importante para ti. Hablo de convencimiento, miedo, alegría, vergüenza, nervios… una mezcla de sentimientos que son señal inequívoca de que vas a comunicar algo grande.

Es común escuchar a gente decir que “tiene ataduras que no puede dejar”, “tiene trabajo” o “una hipoteca”, y en resumen, “tiene todo aquí”. Para mucha gente es complicado hacer las maletas, echar la llave, y cambiar de ciudad. Pero ese no era mi caso, o al menos eso pensaba al principio.

            Nunca llegué a sentarme y explicarle a mi familia qué era lo que quería hacer al terminar 2º de Bachiller, ni cómo quería hacerlo. Desde los 16 sabía que quería ir a estudiar a Madrid. Tuve la suerte de que lo que yo quería estudiar requería irse allí, por eso de que es más fácil encontrar oportunidades, etc.

            Cuando ya casi había asumido que no iba a poder marcharme y que iba a estudiar otra carrera en Zaragoza, decidí insistir un poquito más, y aunque ya era mayo y era un poco tarde, conseguí el apoyo de mi familia (y terminé bachiller un poquito más motivada). No me costó hacer las maletas, al fin y al cabo tampoco me iba tan lejos, y además iba a volver cada dos semanas.

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Gran Vía madrileña

            Madrid es una ciudad preciosa, y he conocido a mucha gente. He hecho un par de buenos amigos, que me han echado una mano cuando me sentía demasiado lejos de casa. He recorrido la ciudad con ellos y me han enseñado un par de rinconcitos donde puedo ir si necesito que nadie me vea. Adaptarme me costó más de lo que esperaba.

Es increíble lo pequeña e insignificante que te sientes cuando sales de la boca del metro, y estás rodeada de gente, coches y ruido. He aprendido a acostumbrarme a las largas distancias y soy VIP en viajes de metro. También he descubierto nuevos restaurantes e infinidad de museos y parques que visitar.

Pero, obviamente no es fácil, cuesta mucho llegar a casa y no contarle a nadie cómo ha ido tu día, o no poder quedarte después de comer cotilleando con tu hermano. Mi rutina dio un giro de trescientos sesenta grados. Claro que echo de menos a mi familia, e ir a cenar los viernes a casa de mis amigos para luego salir de fiesta.

Echo de menos ver las series policíacas que les encantan a mis padres, y pasar los domingos tomando café debajo de casa. Hasta he llegado a echar de menos el viento que hace en invierno. A veces siento que me he distanciado un poquito de mi vida en Zaragoza, pero supongo que eso también era parte de este proceso de crecimiento. Creo que madurado mucho desde que estoy aquí (una vez me dijeron que me veían cara de persona con la cabeza amueblada).

            Cada fin de semana tengo el mismo dilema; si vuelvo a Zaragoza, me perderé los planes que han hecho mis amigos en Madrid, pero si me quedo, me perderé los planes de Zaragoza. Mis fines de semana se pasan volando, y aunque es muy cansado tener que viajar 4 horas en bus, me gustaría pasar más tiempo del que paso en Zaragoza.

            He tenido la suerte de no tener que pasar por esto sola. Vivir en una residencia donde la gente es igual de novata que yo también me ayuda a estar contenta. Entre nosotros nos obligamos los unos a los otros a estudiar hasta la hora de cenar, y a salir a tomar algo después.

En resumen, cambiar de ciudad para estudiar me ha abierto las puertas a muchísimas oportunidades nuevas y la gente aquí es maravillosa, estoy conociéndome mejor a mí misma, y eso es genial, pero mi corazón está un poco dividido; una mitad en casa, con mi familia, y la otra descubriendo lugares nuevos.