MI ABUELO ES UN HOMBRE SENCILLO, NOBLE Y DE POCAS PALABRAS Por María Falcó

Mi abuelo es un hombre sencillo, noble y de pocas palabras, lo que no deja de ser curioso ya que se dedicaba a la enseñanza.
Fue el cuarto de cinco hermanos. Nació y creció en un pequeño pueblo aragonés, Berdejo. Aunque hace muchos años que ya no vive allí, mi abuelo sigue yendo cada verano, cuando se llena de vida y movimiento. Tenía solo 12 años cuando lo enviaron a estudiar a Calatayud, la ciudad más cercana, por recomendación de uno de sus profesores. Pasó un año en un internado, donde sufrió las diferencias entre el pueblo y la ciudad. Afortunadamente el año siguiente pudo mudarse a Madrid, con sus tíos y primos. Allí estudió bachillerato y magisterio. Cuando tuvo la opción, empezó a trabajar mientras estudiaba. Le asignaron Ledesma, un pueblecito de Castilla y León. Tuvo que probar su valía desde el principio, porque el cura del pueblo no se lo pensaba poner nada fácil. Como no había suficientes maestros, en los pueblos como Ledesma era el cura quien llevaba la escuela, y a este no le hizo ninguna gracia perderla. De hecho, se lo dejó claro nada más llegar mi abuelo, y se marchó dejándolo con la propuesta de llevarla juntos en la boca. Pero no acabó ahí; cuando mi abuelo fue a la posada donde había de hospedarse, la patrona le pidió 25 pesetas por noche. Eso pasaba con creces las ganancias que mi abuelo iba a obtener, así que se dijo en voz alta que tendría que renunciar. Al escucharlo, la patrona se retractó y bajo el precio casi a la mitad, explicando que acababa de irse el cura tras ordenarle que le cobrara ese despropósito. Cuando mi abuelo iba a acudir a las oposiciones, debía dejar a alguien en la escuela, así que fue a preguntar al alcalde. Él le hablo de una joven que acababa de terminar sus estudios, así que fue a hablar con ella. Cuál no sería su sorpresa cuando, al proponérselo, la chica se negó en redondo argumentando que el cura le había advertido que ni se le ocurriera aceptar. Por suerte la maestra de la escuela femenina se ofreció a llevar ambas hasta el regreso de mi abuelo. Así lo hizo, pero en cuanto aprobó las oposiciones mi abuelo puso tierra de por medio. Hacía bien en no fiarse del cura, quien para colmo acabo siendo expulsado del pueblo por acosar a una chica.
Después de la puesta a prueba su primer año, vinieron otros más tranquilos donde ejerció en Ciria y Jaraba, más cercanos a su pueblo natal.
Mequinenza fue el último pueblo en el que dio clase a la parque en el que más años duró. Allí conoció a una joven que vivía con sus tíos en otro pueblo, pero que iba frecuentemente para visitar a sus padres. Una bonita amistad por carta derivó a, años más tarde, mudarse juntos de Zaragoza cuando mi abuelo aprobó las oposiciones para dar clase en la ciudad. En la capital se casaron, y tuvieron cuatro estupendos hijos.
En las mejores fotos que he encontrado aparece siempre rodeado de su familia. Su rostro, en general, es distraído o serio, sin embargo hay una que capta a la perfección su franca sonrisa, tal como la muestra cada vez que lo veo. Mi abuelo es un hombre honesto, tranquilo y de pocas palabras, y palabras son las que me faltan a mí para expresar cuánto le quiero.