CONTRA EL ACOSO, SIN PEREZAS Por Antonio Brotons

Como diría Thomas Hobbes, “homo homini lupus”. El hombre es el lobo del hombre. Desde enfrentamientos entre tribus de hace 10.000 años hasta la Guerra Fría. Los humanos, a veces dirigidos por otros humanos que se han colocado encima de los primeros, compiten constantemente por lo que quieren o por lo que creen querer. Poder, riqueza, reconocimiento. Deseos que suelen corresponderse a las personas adultas, incluso en la más avanzada civilización y sociedad, pero el filósofo inglés también decía que al menos, si había algo que limitaba esa verdad, era el sistema, en forma de monarca absoluto o dictador, que vela por la paz y seguridad y el cumplimiento del contrato establecido con sus subordinados. Entonces, sin un sistema, sin un yugo, el ser humano natural e impoluto podía dar rienda suelta a su egoísmo, sin importarle lo que les ocurriera a sus comunes. Actualmente, ¿qué es lo más parecido a eso que tenemos, aparte de tribus caníbales en alguna isla inexplorada de Indonesia? Sorpresa, los niños (la comparación es exagerada pero cómoda).

Al ser humano natural lo llamamos “natural” para decir que no se rige por normas morales ni convenios sociales para llevar a cabo sus acciones. Y si no lo hace es, generalmente, porque no ha vivido en sociedad. La inmensa mayoría de los niños actuales han vivido todos sus años en una sociedad, de mayor o menor calidad, pero sociedad. A pesar de ello, al ser niños, toda su vida no supone un periodo muy largo en comparación a los años que les quedan por vivir, y por ello su forma de razonar puede parecerse más a la del humano natural que a la del convencional (el humano integrado en la sociedad, responsable en menor o mayor medida con su entorno). Nacen como humanos naturales, y no se convertirán en convencionales hasta que no alcancen la madurez.

La madurez se alcanza pronto, tarde, o incluso nunca. Todo depende de la educación que los niños reciban y la caprichosa genética. A veces, la genética es demasiado caprichosa, y ni la buena educación puede compensarla, pero lo que está claro que no va a ayudar en nada es una educación descuidada y perezosa: la educación de “esto no se hace” sin explicación posterior, que evita el que el niño se plantee las cuestiones lógicas o morales que sus acciones implican, o el uso incontrolado de los castigos, que hacen que el niño asocie una conducta a una consecuencia inmediata que le perjudica, pero que cuando crea que esa consecuencia no puede producirse continúe ejecutando la conducta. A algunos padres o educadores quizás les parezca complicado que un niño comience a razonar o comprender las responsabilidades interpersonales, pero eso no significa que no haya que intentarlo.

Ahora dejemos un poco de lado a la filosofía y la psicología , y hablemos de lo que supone en la práctica. Niños inmaduros, controlados por sus complejos de inferioridad o sus ambiciones de popularidad, que no piensan en el perjuicio que pueden causar en los demás niños, se convierten en acosadores potenciales. Y los niños que son un poco diferentes a lo establecido, el niño que no juega al fútbol o la niña que no juega a mamás y más mamás, o que sacan mejores notas, pero son sensibles y poco fuertes, serán los principales objetivos de estas pequeñas, pero terribles bestias sin empatía, a las que a pesar de que sus padres les hayan dicho que no irán al cielo si hacen cosas malas, como creen que lo que están haciendo no está mal, acosan sin reparos.

El acosador, obviamente, tiene “mucho que aprender”, pero desgraciadamente el acosado no puede asegurarse de que lo haga, así que solo queda aguantar las lágrimas. Pero todos somos como un vaso, que guarda tantas lágrimas como puede, pero que se acaba desbordando. A veces el acosado se ve obligado a trasladarse, y aun así puede que sufra de igual manera por parte de unos nuevos acosadores por las mismas razones por las que le acosaron los antiguos. Y en ocasiones extremas, hasta un niño puede plantearse que sería mejor quitarse la vida, como si el acoso se tratase de un cáncer terminal, pero que nunca termina. Entonces, si los acosadores no paran de acosar, y los acosados no paran de ser acosados, ¿quién puede solucionarlo?

En los institutos, los adolescentes pueden ser perfectamente acosados, pero se siente que hay una mayor responsabilidad por parte de los adultos acerca del problema durante esta etapa, y esto se debe a que la típica y maldita excusa de “son cosas de niños” aquí ya no vale. Los adolescentes suelen saber bien cuándo son acosados, y más si lo denuncian. Los acosadores se sienten vigilados, al menos en la mayoría de casos, y siguen con un acoso leve, para no ser detectados. Es molesto, desde luego, pero al poco que el acosado tenga una buena autoestima, puede aguantarlo e incluso luchar contra él. De todas formas, sigue habiendo casos de suicidios adolescentes, ya que en un periodo de tantos cambios emocionales también puede ser más fácil que las personas se desmoronen, y sin hablar de la violencia de género…

De ninguna manera estoy diciendo que el acoso entre adolescentes esté cerca de extinguirse, pero si está visibilizado. En cambio, en las escuelas primarias, no lo tengo tan claro. Puede que en algunas incluso se encubra, para mantener la reputación del colegio, aunque esto ocurre incluso en las residencias de universitarios. El caso es que, con la ya citada excusa de “son cosas de niños”, el profesorado y los adultos (los padres de acosadores, probablemente) se quiten el muerto. Haciendo un paréntesis, este profesorado ha estudiado magisterio, y aunque no dudo de que los haya con vocación, por mi experiencia, tanto con maestros como con estudiantes que piensan cursar la carrera, puedo afirmar que muchos solo buscaban una carrera de fácil acceso y desarrollo y unas buenas vacaciones en su profesión. Esto provoca que existan grandes plantillas de maestros con un nivel de incompetencia estratosférico, que hasta yo noté cuando ni siquiera conocía el significado de “incompetencia”, y que actualmente reafirmo. Y si por algo se caracteriza la incompetencia es por la evasión de problemas. Si el pobre niño acosado pide ayuda a los profesores, lo más probable es que éstos vayan a echarle la bronca al acosador una vez y se queden tranquilos, habiendo conseguido únicamente que el acoso empeore como represalia. Si el niño pide ayuda a sus padres, y estos hablan con su tutor, éste dirá “son cosas de niños, no es tan grave”. Si los padres del acosado no son idiotas, insistirán, y entonces el tutor puede que organice un encuentro con los padres del acosador, así él libra. Y si el acosador es acosador, probablemente sus padres tampoco serán muy competentes a la hora de educar, por lo que, cuando se enfrenten al problema, utilizarán los mismos argumentos precarios de siempre o quizás evadirán el encuentro.

Ser padre no es una profesión, pero ser maestro sí. Y la profesión del maestro, además de enseñar a conjugar los verbos o a hacer divisiones de cuatro cifras, es la de pasar cinco horas de lunes a viernes con niños que tienen una mente fluida, y que si tienen unos padres que desgraciadamente no cumplen con todas sus responsabilidades, al menos deberían intentar compensarlo. Que en vez de pasar los días mirando hacia el mes de julio, podrían fijarse en esa niña que saca unas notas excelentes, pero que siempre se sienta al fondo y no habla con nadie. “Será tímida, no le gusta hablar con nadie”. O nadie habla con ella, que es muy diferente. Y me pondría a hablar de los maestros tradicionalistas de las escuelas concertadas, pero ya me he metido en suficientes berenjenales. Yo quería dar mi opinión sobre algo por lo que he pasado, y que por culpa de la incompetencia de determinadas personas, y estoy convencido de que sus casos son extrapolables, me hizo sufrir más de lo debido.