Se ha generalizado el uso de la palabra “normalidad” para hacer referencia a aquella época que ahora nos parece muy remota en la que reinaba una cierta estabilidad. Sin embargo, la normalidad per se debería ser asociada con todo lo contrario, y es que, lo más “normal” no son los periodos de bonanza económica, de prosperidad o de desarrollo, sino los periodos convulsos, repletos de cambios y de incertidumbre. Y es que la crisis que estamos atravesando no deja de ser una de esas fases, que desgraciadamente se han convertido en el pan nuestro de cada día, por lo menos en este país. Por ello, deberíamos intentar asumir y normalizar estas situaciones, valga la redundancia. Solo así podremos aceptar que la realidad no es tan perfecta como la concebimos, y aprender de los errores que se cometen para no repetirlos en el futuro, o simplemente abrir nuestra mente y ser más transigentes para acoger otras concepciones de la vida que antes nos parecerían incomprensibles.
Además, esa misma “normalidad” que presencia la mayor parte de la sociedad, también resulta perniciosa por el hecho de que de forma inconsciente, las personas nos instalamos en nuestra zona de confort y nos resistimos a actuar, no solo para cambiar nuestra situación personal, sino también la de los demás. Sin embargo, cuando asociamos la “normalidad” con el extremo opuesto, nuestra actitud ante las adversidades también es la contraria, lo cual nos beneficia a todos.
La historia está repleta de casos que pueden respaldar mi teoría anterior. Si echamos una mirada al pasado, y analizamos el desarrollo de las civilizaciones arcaicas, podremos comprobar que la evolución de las mismas se ha producido en parte gracias a una serie de acontecimientos que nada tienen que ver con lo que en la época sería caracterizado como “normal”. Pongamos como ejemplo la Revolución Francesa, la cual supuso una serie de cambios en el entramado político, económico y social que cambiaría para siempre la concepción de la normalidad en las sociedades futuras.
Algo parecido sucede en la actualidad. Cuando consigamos acabar con el coronavirus, nos daremos cuenta de que se habrán producido muchos cambios en nosotros mismos y en la sociedad, que habrán modificado nuestra forma de ser y de actuar. Por ejemplo, a raíz de las recomendaciones sanitarias que se han propuesto para reducir la propagación del virus, tenemos una actitud más responsable, como puede ser la necesidad de llevar la mascarilla de forma cotidiana. De hecho, no concebimos la idea de salir sin ella. Y no solo eso, la sencilla mascarilla quirúrgica ha sido ampliamente superada. Ahora necesitamos que nuestra mascarilla combine con nuestro atuendo, o que luzca el escudo de nuestro equipo favorito, o que sea de nuestra marca preferida. En definitiva, se ha convertido en un complemento imprescindible no solo desde el punto de vista sanitario, sino desde el punto de vista estético. Y eso ha desembocado en una nueva normalidad. A lo que quiero llegar es que esta misma situación también supone una revolución. No sé si tendrá tanto impacto como la que sucedió en Francia a finales del siglo XVIII, pero lo que está claro es que cambiará el concepto de normalidad que tenemos actualmente. Y no solo eso, también viene a demostrar que la normalidad está constantemente evolucionando, y que las personas tenemos que adaptarnos y acostumbrarnos a ella.
De hecho, debemos sentirnos afortunados de que se haya producido esta evolución en la sociedad. En el pasado, ciertos problemas eran concebidos en todo el mundo como algo banal, a lo que las personas estaban muy acostumbradas, como puede ser el pasar hambre, la escasa esperanza de vida, o la elevada mortalidad infantil. En la actualidad (por lo menos en los países desarrollados), la concepción de la normalidad ha cambiado para bien, y nuestra vida actual no refleja estas complicaciones. No obstante, es importante que sigamos trabajando para lograr que en un futuro no muy lejano todas las personas, independientemente del país donde vivamos, podamos disfrutar de las mismas oportunidades, y vivir en las mismas condiciones de igualdad.
Si por el contrario pensamos en el futuro y en esa concepción de la normalidad que podamos tener de aquí a unos cuantos años, considero que grosso modo va a ser muy parecida a la de ahora. Lógicamente vamos a seguir presenciando muchas mejoras y avances tecnológicos que modificarán nuestra forma de vivir, pero seguiremos adoleciendo de los mismos problemas o por lo menos de problemas muy parecidos a los de la actualidad. Seguiremos teniendo cada cierto tiempo crisis económicas que nos parecerán el fin del mundo, seguiremos teniendo disparidad de opiniones y discusiones en cuanto a la política y constantes cambios de gobierno, y seguiremos pensando que a pesar del progreso, todo era mejor cuando éramos jóvenes. Si todos estos problemas ya se daban en tiempos de la Revolución Francesa, ¿quién puede pensar que será tan fácil acabar con ellos?.