La Tierra tarda 365 días, 6 horas, 9 minutos y 9,5 segundos en dar una vuelta completa al Sol ocasión que nos gusta celebrar. Una noche para estar en la familia y amigos, despidiendo un año y recibiendo uno nuevo con los brazos abiertos en el cual ponemos todas nuestras esperanzas. Hojas de papel malgastadas en listas de propósitos y promesas. La cuestión es perder o ganar, hacer o dejar de hacer algo y por desgracia de muchos, casi siempre se consigue lo contario. En lo más profundo de cada ser humano se sabe que no se van a cumplir. Esta voz interior que todos tenemos se ríe de nosotros en el momento en el que tomamos papel y boli (o una Tablet, si se es más moderno) para escribir los propósitos de este año nuevo. Simplemente se sabe tanto como que la tierra no es plana y que el centro del sol es el centro del Sistema Solar.
En algún momento de la historia del Homo sapiens decidió celebrar la Navidad, un tiempo de alegría y de disfrute junto a la chimenea, comiendo unos dulces. El concepto de vacaciones ha ido sufriendo algunas modificaciones hasta ser lo que es hoy en día, un desfile de bolsas de todas formas y colores, logos y diseños. Muchas empresas brillan durante los días de mayor consumo navideño (tanto por el beneficio económico como por la excesiva decoración). Las campañas publicitarias apelan a la magia de la Navidad, los caprichos, las grandes comidas, y los tiempos en familia con un chocolate caliente en la mano, pero sin chimenea. Bolsas y bolsas llenas de regalos que a las semanas serán olvidados, o tal vez no, pero eso a las tiendas y a las grandes empresas les da igual, ya han ganado. Es por ello por lo que muchos defienden que el dinero mueve el mundo. Sin embargo, yo digo que más bien se mueve gracias a un conjunto de fuerzas y mecanismos de intrincada dificultad que la ciencia se encarga de estudiar. Por otro lado, el dinero sí mueve a las personas, se trabaja para ganar dinero y así gastarlo tanto en cosas útiles como inútiles. Pero lo importante es gastarlo. Ese es el objetivo de los miles campañas publicitarias, cada una con su pintoresco significado, que buscan convencer al futuro comprador. Lo que mejor funciona, es, sin duda, la palabra descuento.
Grandes masas de gentes ansiosas esperando en las puertas de los establecimientos, locas por un mínimo descuento en productos que en realidad no se necesitan, o en un futuro puede que sí. O eso nos hacen creer. Tradicionalmente tras la fugaz visita de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, comienza un periodo de consumo masivo, al igual que ocurre en verano. Porque invierno y verano son las estaciones más importantes, los grandes almacenes tienen que celebrarlo con desorbitados descuentos. La lógica con la que funciona el primer mundo es comprar para el futuro, en invierno compramos artículos de verano, y viceversa.
Grandes masas ansiosas esperando en las puertas de los establecimientos como si se tratara de vida o muerte. Locas por una mínima rebaja en productos que puedes o no necesitar, pero nos convencen de que para alcanzar la felicidad máxima debemos tenerlo todo.
Tradicionalmente tras la fugaz visita de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente comienza otro nuevo periodo de consumo masivo, por si las Navidades no habían sido suficientes. Esto ocurre también en verano porque, obviamente, invierno y verano son las estaciones más importantes y los grandes almacenes tiene que celebrarlo con desorbitados descuentos. La lógica con la que funciona el primer mundo es comprar para el futuro; en invierno compramos artículos de verano y viceversa.
En conclusión, los descuentos mueven masas. No solo acabas comprando ese jersey tan bonito que viste tres meses atrás y que por algún milagro divino o alineación de planetas coincide ser tu talla, sino que, en el mismo establecimiento, sino que también en la misma tienda había un 3×4 en sujetadores push-up, un 10% en una raqueta de padel, por cinco euros más un kit de supervivencia en la jungla y a juego, un collar para el gato (aunque tengas una tortuga). Lo peor es que no se puede evitar. Todos pasamos por este estado de locura transitoria al menos una vez en la vida (o dos veces al año) en el cual no somos dueños de nuestros cuerpos ni de nuestra tarjeta de crédito.