Acoso, una palabra de tan solo cinco letras que con tres vocales y dos consonantes pasa desapercibida en una oración pero que puede ser la pesadilla de cualquiera que la viva en primera persona.
Escuchas el pistoletazo de salida, la carrera ha comenzado y tú caminas vacilante sin saber muy bien hacia dónde. Te das cuenta de que algo no va bien, tus pasos son pequeños y precavidos pero el cansancio empieza a hacerse notar. Parece que no avanzas, por cada paso que das retrocedes dos y al levantar la vista, la meta que antes aparecía vagamente dibujada en el horizonte, ahora ha desaparecido.
A pesar de ello, todavía tienes esperanzas de poder ganar la carrera y no te rindes. Ya no andas, tus pies han comenzado a correr deslizándose suavemente y cada vez más rápido por el frío suelo. Sin embargo, una extraña sensación que tú todavía no identificas con nada conocido comienza a invadir tu cuerpo, es el miedo.
La vergüenza y la desesperación como únicas compañeras de viaje, pero ¿qué quieres?, ¿qué buscas? Ansías llegar a la meta, pero una vez allí te das cuenta de que lo que parecía el final se convierte en el inicio de una estructura circular. En ese momento, algo que antes había pasado desapercibido parece cada vez más evidente; tus pies van más rápido que tu cabeza, corres marcha atrás y, sin embargo, no eres tú quién ordena a tus piernas.
Pero ¿qué quieres?, ¿qué buscas? Parece que la única solución es ser eliminado, puede que así acabe el sufrimiento. Al borde del precipicio no piensas, el valor que antes tenían las cosas queda completamente nublado, solo ansías acabar con ese dolor. Entonces, aceleras, corriendo de espaldas sí, pero cada vez más rápido. Tu comportamiento es extraño, pero no puedes evitarlo.
Ese juego, ese juego que no es divertido ni una cosa de niños, ese juego que no tiene final. Solo pides ser descalificado, nada más; solo quieres irte, te da igual perder, ya has perdido y, sin embargo, ellos no te dejan salir de la partida. Te buscan y siempre te encuentran. Mientras tanto, tú sigues corriendo marcha atrás, cada vez más rápido.
Miedo, pero no a la caída. No te preocupa saltar y que no haya red, te preocupa no poder dar ese salto. Nadie parece darse cuenta de que estás ahí, dando vueltas en círculo; pareces invisible, nadie se fija en ti excepto el resto de corredores. Ellos salen con ventaja, te ponen la zancadilla vuelta tras vuelta. Tu cuerpo está amoratado, pero esas heridas no son las que te duelen.
Hace muchos días que corres y, sin embargo, no aflojas el ritmo de carrera. Descubres por fin por qué lo haces, pero no te gusta la respuesta. El cansancio es inmenso pero nadie te ayuda, nadie te ofrece una botella de agua o te limpia las gotas de sudor que bajan por tu frente. Entonces, abres los ojos y te descubres envuelto en una sustancia que no sabes identificar en un primer momento, pero no te detienes y sigues corriendo cada vez más rápido. Aquello que antes no podías identificar ahora es barro; comienzan las risas, los comentarios, los espectadores ahora sí te ven. Confías en que alguno de ellos te ayude, pero esperas demasiado y ellos nunca llegan.
Cada palabra te hiere más que nunca, se inserta en tu pecho y te desgarra, pero tú no sangras, ya no puedes. Ahora no piensas, no reaccionas, no pides ayuda, solo esperas aún sin saber muy bien el qué. Tus piernas que antes temblaban ya no lo hacen, ya no sientes nervios; solo escuchas y dejas que ellos vayan excavando ese abismo que ahora ya te parece insalvable.
Pierdes la cuenta de las vueltas que has hecho hasta el momento, pero sinceramente hace ya mucho que no quieres ganar. Cansancio, es la palabra que no para de sobrevolar tu cabeza, pero tus cuerpo parece no querer escucharla. Tus piernas ya no pueden ir más rápido, parece que vuelas. Entonces, llega ese momento, no sabes cómo te sientes, pero lo haces, voluntaria o involuntariamente, pero pisas la línea.
Pero ¿qué quieres?, ¿qué buscas?, solo quiero que si caigo, seas la mano que me ayude a levantarme y no esa risa desde la grada. Pero y tú, ¿qué quieres?, ¿quieres ser cómplice?.