«EDUCACIÓN PARA PREVENIR EL ACOSO» Por Pablo Aylagas

La sociedad en la que vivimos muchas veces se ve corrompida por perversidades que, a pesar de que algunas debieran estar superadas, aún se cometen. Una de las mayores lacras que tenemos que soportar es el acoso. Cada vez que leo en los medios de comunicación un caso de acoso, en cualquiera de sus formas, lo que siento es una mezcla entre rabia y tristeza, y cada vez tengo más claro que el acoso es un mal que tenemos que combatir.

Me parece intolerable que, a día de hoy, estando en el 2019, se sigan produciendo casos de abuso sexual, bullying, o agresiones de este tipo. Entiendo que vivimos una época en la que distintos movimientos sociales están despertando y llenando las calles para luchar contra el acoso (es en parte gracias a esto que pequeñas mejoras van asomando la cabeza y que cada vez se va dando un avance mayor en este terreno). Ahora bien, cuando se trata de tan tamaña lacra, es fundamental apelar a la educación y a nuestra responsabilidad como civilización.

Como conjunto, los seres humanos necesitamos que la educación que se imparte nos enseñe a algo que considero básico: el respeto y la ética. Desde pequeños necesitamos que se nos inculque la necesidad de no juzgar a gente por sus forma de actuar o su cultura, a saber aceptar cuando alguien profesa creencias distintas a las nuestras, a respetar el espacio de las demás personas. Cada vez en la educación se está notando más el fruto que se recoge de las luchas por la igualdad, pero falta por hacer.

Como decía, el acoso se ha de combatir educando para evitarlo. Pero soy consciente de la lacra que, desgraciadamente, supone. Por ello, pienso que para combatirlo hay que hacer ver que los responsables no tienen el más mínimo apoyo. Ahí está nuestra responsabilidad: no mostrar nuestro beneplácito con estas situaciones denunciándolas y contribuyendo de la manera en que se pueda a mejorar la legislación y los usos y costumbres sociales que nos puedan llevar a estas indeseables tesituras, además de mostrar todo nuestro apoyo y ayuda a la víctima.

Por otro lado, una de los errores más comunes en los que caemos es la “romantización” del acoso. La hegemonía cultural, por desgracia, suele incurrir en este comportamiento, haciendo del acosado alguien que parece haber recibido una lección de la vida. A través del cine y los demás aparatos ideológicos de las clases dominantes, que reproducen sus intereses en estos instrumentos, se construye el mito de que el acoso va a ser algo que te haga más fuerte. Pero esto, lejos de ser así, nos aparta de nuestro deber de romper con el daño que supone el acoso. Además, se promueven las relaciones tóxicas, lo cual, de una manera u otra, contribuye a que se carezca muchas veces de la información necesaria para combatirlo, siendo determinadas situaciones vistas como algo normal, cuando en realidad se trata de circunstancias contra las que hay que luchar para contribuir al bienestar de todos nosotros.

Así pues, como conclusión diré que, aparte del papel de la educación y la hegemonía cultural (al servicio esta de los intereses de clase) en el combate al acoso, también nosotros tenemos una responsabilidad para construir todos colectivamente una sociedad mejor.