EL HUMOR, A ALGUNOS LES FUNCIONA Y A OTROS, NO. Por Laura Losilla Fernández

Laura Losilla Fernández, alumna de 1ºBachillerato D, autora del artículo.

A todos nos gusta el humor;a fin de cuentas es una de las cualidades que más nos atraen a la hora de conocer a una persona, pues el hecho de ser gracioso requiere cierto ingenio y rapidez mental, cierta inteligencia que siempre resulta atractiva. No obstante, el humor no solo nos parece interesante en lo referente a relaciones, sino también cuando aparece en otros ámbitos como la literatura, el cine y hasta la música, podríamos decir. Sin embargo, no a todos nos hacen gracia ni reaccionamos igual ante las mismas situaciones, ya sea por nuestra madurez, nuestras experiencias o, simplemente, nuestra personalidad.

Dicho esto, antes de proseguir, habría que comentar la definición de humor, la cual vendría a ser: “modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas”. Otras de sus acepciones (no todas) son “disposición en que alguien se halla para hacer algo” y “estado afectivo que se mantiene por algún tiempo”, aunque no son en las que nos centraremos.

Volviendo al inicio del texto, ¿por qué nos atrae más alguien capaz de hacer una buena broma que alguien carente de chispa? Bien, como hemos dicho antes, el humor es una muestra de inteligencia y la inteligencia es otro rasgo que nos suele fascinar. Esto se debe a que una persona inteligente es alguien con una complejidad que no podemos abarcar en una conversación trivial, dejándonos con las ganas de seguir conversando para conocerla más, pues lo desconocido también es algo atractivo. Pero, ¿cómo se relacionan la inteligencia y el humor? Es sencillo. El humor relaciona la realidad con elementos cómicos o ridículos. A la hora de hacer dicha relación, debemos ser lo suficiente perspicaces y rápidos para ver esa conexión antes de perder el hilo de la situación, siendo necesarios entonces nuestra agudeza y agilidad mental.

De todas formas, esto último también depende de la clase de humor que está utilizando el emisor y si es acorde con la mentalidad del receptor. Por ejemplo, difícilmente haremos reír a alguien maduro con un chiste escatológico, o por lo menos no de la misma manera que a un individuo cuya manera de ver las cosas sea más simple o infantil. Quizá a una persona más intelectual este chiste le resulte burdo y poco ocurrente, haciendo que a sus ojos parezcamos alguien simple y de mente corta. Asimismo, no es lo mismo utilizar humor negro ante alguien que no conocemos, que sea más sensible o se tome las cosas demasiado en serio, que si lo hacemos ante un amigo cercano, con el que tenemos confianza; ciertos temas son delicados y por muy graciosa que sea nuestra aportación, la persona con la que hablamos puede acabar con una mala impresión sobre nosotros. Teniendo en cuenta también la situación, un comentario más o menos cómico puede resultar ingenioso, inapropiado o irrelevante. Póngase por caso,  un funeral o una entrevista de trabajo; hay que saber adaptarse.

Aun así, el contenido de lo que digamos tampoco es siempre lo más relevante. El carisma, la actitud, la confianza y los gestos también ayudan. Hay personas que con solo empezar a hablar ya hacen que se nos salten las lágrimas de la risa, cuando quizá lo que nos estén diciendo ni siquiera sea tan gracioso, pero su carácter nos influye de tal manera que no podemos controlar reírnos. En esos casos, o se tiene o no se tiene. No hay mucho que se pueda hacer al respecto.

Arlequin: Personaje de la antigua comedia del arte.
El club de la comedia, programa televisivo con monólogos de numerosos comediantes.

Todo esto nos lleva a la conclusión de que el humor es y siempre será algo muy subjetivo. A lo largo de la historia, la idea de lo que podía ser o no hilarante ha ido cambiando. Por ejemplo, en la Época Clásica y la Edad Media gustaban los arlequines y lo payasos, con burlas y chistes que seguramente ahora parecerían aburridos e inmaduros, algunos incluso crueles. El contexto histórico es muy importante, al igual que el nivel cultural de la sociedad, pues a día de hoy la libertad de expresión favorece que se traten temas más polémicos con sorna, de manera que en esas épocas hubiesen sido escandalosos, hasta innombrables. De igual modo, existe la posibilidad de que en unas décadas las generaciones futuras se sorprendan de lo que ahora vemos en shows como Club de la Comedia o series como La que se avecina.

Laura Losilla recibe el premio del Concurso de artículos de opinión de manos de la profesora Raquel Yuste.

Sea como sea, habría que hacer un pequeño comentario en relación al humor y lo “políticamente correcto”. Cierto es que hay personas excesivamente susceptibles, cuya misión en la vida parece ofenderse. También es cierto que determinados temas (como los roles estereotipados del hombre y la mujer, por ejemplo, un clásico de los monólogos, inclusive en la actualidad) deberían ser superados por su poco aporte a la sociedad y el daño que puedan causar. Este es el punto en el que la gente opina que de seguir así no se podrá hablar de nada, que somos todos extremadamente delicados y hasta un poco amargados, si cabe. Bien, no tiene porqué ser así, hay muchos temas de los que se pueden hablar haciendo gracia igualmente, aunque de manera inevitable siempre existirá ese alguien con ganas de mostrar lo increíblemente atacado que se siente. Todavía más, requiere ser mejor comediante el tener la capacidad de hacer reír sin ofender a nadie pues caer en el insulto fácil es mucho más sencillo y requiere mucha menos originalidad. Tampoco es tan difícil esforzarse un poco más.

En definitiva, el humor es algo fascinante, una capacidad que a todos nos encantaría poseer. Sin embargo, aunque la vida ya es suficientemente dura de por sí y no viene mal que nos la alegren de vez en cuando, no está de más que seamos conscientes de lo que nos rodea. Una que otra vez, el afán por ser el graciosillo del grupo nos ciega  y nos da igual que, lo mejor, quizá sea callarnos.

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